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COSAS RARAS DE PENSAR

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En una noche de frió volviendo a mi departamento, en un barrio federal; recibí una llamada desde mi teléfono celular. Una vos extraña y desconocida me informaba que mi madre había sufrido un accidente. Debió ser algún parte de algún hospital o algún enfermero, en general se encargan de este tipo de cuestiones informativas para los familiares mas allegados al accidentado.
Cerré el teléfono, y sin volver a mi casa, decide desviar mi rumbo comun.Sin razones lógicas comencé a dirigirme hacia la dirección que me encomendó el sujeto de la vos extraña y desconocida. Era en u hospital en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires. Subí al 136, pero antes decidí llevarle un regalo a mi madre (pensé que quedaría conforme con un obsequio, si todavía no estaba muerta). Hacia muchos meses que no teníamos contacto y se me ocurrió que una atención de ese tipo justificaría tantos meses de ausencia, por no querer expresarlo en años. Compre un enorme oso de peluche barato, en el único quiosco que encontré abierto sobre la calle Rivadavia, casi llegando a la plaza de Flores.
Mientras viajaba, comencé a pensar en la extrañeza de la situación; es decir: una llamada durante esa noche y a esa hora. Lo que más me resultaba insólito es que fuera a mi a quien habían decidido avisar, teniendo mi madre, dos hijos mas que vivan con ella. Quiero decir que ellos tenían muchísimo mas contacto que yo; como para asistirla con mas urgencia a esa hora. Aunque a decir verdad, ellos, resultan mas inhábiles que el oso que llevo en mis brazos. Una posición ridícula me invade arriba del colectivo. Menos mal que hacia esa hora no viaja mucha gente hasta la provincia. Tal vez sea por esa razón que el supuesto enfermero acudió a mi número de teléfono de modo particular. Voy pensando que cuando llegue me enterare.
No había absolutamente nadie en la calle cuando baje del transporte. Y menos mal, porque siendo de otro modo, me sentiría verdaderamente ridículo; caminado en una calle muy oscura, hacia un hospital y con un enorme oso de peluche barato entre los brazos.
Llegue al sanatorio y entre. No se porque ya sabía que tenía que llegar al final de un largo pasillo, lleno de enfermos pudientes. Así lo hice esquivando a los cuantos enfermos desagradables, que esperan ser atendidos. Al final del pasillo, hacia la derecha, extendía otro corredor, muy oscuro y más bien tétrico. Y seguí por ese camino. Doble y cambie de camino varias veces, sin conciencia de hacia donde me dirigía. En un momento de dubitación pensé en volver a la recepción y preguntar cual era la habitación. Era lo que tendría que haber hecho al entrar. Pero ya estaba perdido en ese lúgubre lugar. De un momento a otro, me encontré con un anciano parado al final del camino y resolví pedirle que me indique dirección. Extraña sensación, pero pensé que el anciano me estaba esperando. Estoy casi seguro de que era así. Lo seguí por la horrible oscuridad hasta una enorme puerta de madera. El anciano, sin hablar, señalo el centro de la puerta observe que colgaba de ahí un cartel de color blanco, que resplandecía entre tanta falta de luz. Estaba escrito mi nombre y mi apellido, completo y bien escrito. Abrí y entre sin cuestionar. La puerta se cerro con un golpe seco cuando entre, sin que me diera vuelta para poder verla cerrarse, solo pude escuchar el crujir y, mas tarde, (en cuestión de milésimas de segundos) el ruido del cierre. Era una habitación tan fantasmagórica como los pasillos que antes había transitado y que poco recuerdo. Muchas cosas tienen que ver con la inexactitud del recuerdo: la falta de luz, mi sola presencia y la estupefacción de la situación. No entendía porque estaba ahí y quien me recibía de aquel modo.
Había una cama que daba a la pared húmeda y descascada. Me acosté boca arriba y sin pensar (algo no tan fácil para alguien como yo). Me di cuenta de que al final de la cama estaba un perro, parado mirándome, de color marrón muy claro y era bastante grande, parecía un caballo de pequeña estatura con cara bien de perro. Siempre le tuve miedo a los perros, a que se me acerquen.
Pensaba en dónde podría estar mi madre, porque para algo estoy ahí. Pensaba en eso solo por el deseo de asistir rápido; como si fuera un trámite burocrático de lo más sencillo. Mientras ocupo mi cabeza en eso, el perro comienza a ladrar muy fuerte o lo suficiente para asustarme. Me levanto, tomo mis pertenencias (la cartera, el tapado y la bufanda fina), dejando el oso sin darme cuenta de tomarlo. Salgo de la habitación ¿Quién pudo pensar que me iba a quedar a dormir en ese lugar?
Salgo y me encuentro frente a otra puerta parecida a la mía. Pero, con la diferencia de que el cartel tenía los nombres de mi madre. Dueño de una gran agitación, abro la puerta. Entro. A mi izquierda descansaba un niño, aunque yo sabía que era una nena; el tamaño de la cama era acorde al tamaño infantil. Frente de mi, mi madre me extiende los brazos, grita mi nombre. Estaba vestida con un disfraz de peluche color celeste; me mira y me pide que le traiga un regalo, cuando pueda. Yo le contesto que se lo traje, pero lo deje olvidado en la habitación. Ella se conforma con una expresión dócil. Me pregunto para que gaste en el oso, no hubiera comprado nada si iba a ser tan sumisa.

* * *

Me despierto muy transpirado en mi confortable cama de bronce labrado. Fue el teléfono de línea que sonó y no logre levantarlo. Escucho el mensaje de contestador automático. Bueno, efectivamente, ella ya estaba muerta. No me gustan los velatorios ni los entierros, así que me lo ahorro.

Confesión III (arrebato e interpretación)

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Él no duda en asimilarse cuando flaquea su desapego. Cada tanto vuelve a mirar los borradores perdidos en su cuarto. Los hace un bollito, rebotan en el suelo, los junta con arrepentimiento, estira el papel pasando las manos sobre los rugosos versos. Hasta que un día, son otra vez bollitos y el ciclo recomienza, porque no terminan sus frustraciones. Tantos hilos cortados en el mejor momento. Si atara los trocitos que le quedaron uno con otro, la mujer resultante le parecería una creación criminal y, deslumbrado, cedería al miedo a cortar sus dedos ante el menor roce. Es la novela que no logra escribir. Por eso las capitula en poemarios y en momentos cinematográficos que suele vivir de vez en cuando.
Sólo conozco a su última Ella y sé que aún se aflije al verla sonreir de esa manera: él baja la mirada y le roba el impulso de abrazarlo. Pero un corte de luz y cada vez es más tarde. Desconoce que ella se despegó la figura que lo espera en un antro sin ojear el reloj. Y sin embargo tiene la certeza de que tras dejarla allí sentada, corrió nuevamente a su hogar buscando dormir tranquila.

Antonin Artaud, En Plena Noche O El Bluff Surrealista

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Breve y polémico texto de Antonin Artaud (1896-1948) ofrecemos en esta oportunidad para el bolsillo de la dama o la cartera del caballero. Erigido para situarse en la ruptura con el surrealismo de Breton y sus secuaces, Artaud destila acá toda su corrosiva visión acerca del arte y su "función" en la sociedad.


muestra gratis:



Que los surrealistas me hayan expulsado o que yo mismo me haya alejado de sus grotescos simulacros, hace mucho que no es ésa la cuestión.
Me retiré porque estaba harto de una mascarada que había durado demasiado, por otra parte estaba muy seguro de que en la nueva posición que habían elegido, no menos que en cualquier otra, los surrealistas no harían nada.
Y el tiempo y los hechos no tardaron en darme la razón.
Uno se pregunta qué puede importarle al mundo que el surrealismo coincida con la Revolución o que la Revolución deba hacerse por fuera y por encima de la aventura surrealista, cuando se considera la poca influencia que los surrealistas han tenido sobre las costumbres y las ideas de esta época.
Además, hay todavía una aventura surrealista y acaso no ha muerto el surrealismo el día en que Breton y sus adeptos creyeron que debían adherir al comunismo y buscar en el terreno de los hechos y de la materia inmediata el resultado de una acción que normalmente sólo podía desarrollarse dentro de los marcos íntimos de la mente.
Creen poder permitirse echarme cuando hablo de una metamorfosis de las condiciones interiores del alma, como si yo entendiera el alma en el sentido infecto en que ellosmismos la entienden y como si desde el punto de vista de lo absoluto pudiera tener el menor interés ver cambiar la estructura social del mundo o ver pasar el poder de manos de la burguesía a las del proletariado.

diez minutos

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Atada
la garganta es dolor
tu brazo bajo tu cuerpo
y un gordo te anestesia.
De su boca correa una orden sencilla que no vas a seguir
“conta hasta diez de atrás para adelante”
De pronto decidís no dormirte nunca
y en tu pensamiento fantástico te desvaneces.
¿Lo que pasa en la habitación que habita tu cuerpo,
los enfermeros, el medico que pasa y muta tu cuerpo,
realmente pasa?
Un parpadeo y el gordo no está,
no sabes nada,
no podes situarte.
La confusión se vuelve
Espasmo, grito, al encontrarte con que estás
Atada,
la panza es dolor,
tu brazo bajo tu cuerpo.
Dos enfermeras entran en la tragedia de tu escena,
a decir “cálmate, tenés que esperar 10 minutos,
asustas a las otras, tranquila.”
Vos seguís tu lucha y tu nube
La panza es dolor, las piernas abiertas, separadas, atadas,
“Quiero ir al baño” “soltame, suéltenme”.
No sabes nada, solo que te cagas.
Urgencia de baño.
Dos enfermeras se rinden
porque realmente asustas a las siguientes.
Desanudan las telas que unen tus tobillos a los fierros,
das unos llantos, estas suelta.
Boca de enfermera y tono de reproche
“te dijimos que pases antes por el baño”

Abandonas la camilla con ayuda de cuerpo de enfermera.
Ya De pie, comprendes otra cosa,
te cagas y estas drogada,
Y tu sangre como si fuera vino transitando
como ríos tus venas que Desembocan en la mente.
Como burbujas y un océano de vino en la cabeza,
Reventada en una nube.

El camino al inodoro es corto,
es Cuerpo de enfermera sosteniéndote
y tu cuerpo sosteniendo mareas,
Cargando La panza y ese Dolor, que es Clandestino

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Xoana Vélez

LA TRASCENDENCIA

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Comprendí que quizá no nos recuerden como aquellos que han sabido vivir. Aún, sin embargo, quiero ser parte de aquellos a quienes se les otorgue por mérito el souvenir de la vida.
Todas mis memorias pasaron un rato por mis sueños, lo confieso.
El malditismo se trataba de escribir tanto como se bebía y fumaba. No pude asumirme poeta por el miedo a morir, en el límite de lo ilimitado.
Soy un decir que no soy nada.

Hace un tiempo comprendí que mi alma tiene rodillas. Lo descubrí porque me duelen al subir las escaleras a mi pieza antes de dormir, y cuando tengo sexo. También así descubrí que mi alma no tiene pito ni vagina.
Lo único que anima a aquel espíritu pagano es un corazón que aprendió a escribir con su sangre oscura y roja.
Hace un tiempo comprendí que, para el poeta, la muerte está hecha de un punto seguido y final.

¡Que tengan estos poetas miserables, hijos de la muerte y de las palabras, un bolsillo lleno de sonrisas y el otro lleno de lágrimas para ostentar a otras almas!
...Y ese va a ser nuestro souvenir de la vida.

Silueta

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Ella interrumpe mi lectura desde la puerta abierta
con el sol a su espalda esconde el rostro en la sombra
chasquea las páginas de mi libro
y me trae de nuevo a mi silla

no entiendo sus palabras
no reconozco sus gestos
me pierdo en su contorno

imagino su rostro
y lágrimas de noche
una historia imprecisa
y besos

al menos tengo el consuelo
de saber que nunca
interrumpió mi lectura.

Confesión II (asimilación y desapego)

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Mi sentir
como una mujer extraña.
¿Querrías personificarme
en un lado de la bifurcación?
Liviandad corporal
y curvaturas tapizadas.
Viajaría en su extensión
con tus manos.
No es estética,
es natural femenidad,
que sospecho ofrecerte
si actuás mi refracción.
Más allá de la humedad,
los olores obcenos,
el sudor del apego brusco,
la desesperación salival,
los derrames,
y toda acuosidad volátil
que sólo deja un rastro pegajoso,
la espera latente por el roce
inacabable.
Perpetuo en el deseo previo
y la futura memoria.
Divagante y perdido
¿en qué lugar inexacto?
El problema del destiempo sin arreglo.
El enajenamiento de mi ser
como consuelo
es la única manera.
No iré.
Ella es tuya. Su figura toda roce.
Lo lamento.
Siento culpa si camino
en el tiempo entrecortado.

Palabras embotelladas.

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Tal vez estas letras no sean las más elaboradas sino las más sentidas, pero bien dijo usted que cada uno escribe lo que le sale. Tal vez sólo se trate de una charla. Es necesario excusarme ante usted. No me arrimo a su ataúd a decirle esto, no me motiva su muerte sino una cuenta pendiente con sus ojos. Prefiero sentarme a su mesa en aquel bar de Montevideo (aunque nunca haya pisado Uruguay y lo único que posea de dicho país sea un libro y esa hermosa palabra: "botija") Usted temía que la humanidad se suicidara y sus pronósticos irritaban mi precoz juventud. Y sin embargo sus ojos... Nunca le brindé la atención que merecía. Discúlpeme, cometí mi mayor miedo con usted. Irónicamente es un alivio que no lo conociera, no me preocupé en buscarlo. Pero sus ojos... Hoy que creo haber abandonado la ingenuidad por el realismo sin dejar de soñar, creo también comprenderlo y acercarme a su todo. A pesar de sus lágrimas, de su triste fotografía en blanco y negro, la esperanza...
Sus ojos. De profundidad de aljibe oscuro. De brillo bondadoso. Jamás leeré otro poeta con sólo encontrar su mirada. ¿Cómo usted pudo dar por sentado el final conservando esos ojos que titilan en mi hija y que yo ya he perdido? Señor, yo lo admiro y lo aprecio, porque logra emocionarme al observar la belleza con que contempla el mundo. Belleza de botija.
Quizás cuando aleteen sus páginas frente a mí me dolerá la culpa ante tanta tibieza de letra cursiva, pero hallaré refugio en el surco de una arruga y acudiré a sus pupilas que por siempre me consolarán.

Confesión I (enajenamiento)

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Encendió la pequeña luz que apenas la alumbraba, rodeándola de sombras gigantezcas.
¿Por qué él lo hizo? ¿Por qué la miró desde quién sabe dónde? Indignación. La fábrica de realidades que pudieron ser, molestando con sus ruidos de herramientas y cosas pesadas que se arrastran. Un antro de mala muerte, un beso mojado de cebada, un rostro exalando nicotina, ropa destilando perfume de hombre; su anhelo preferido. Cada vez es más tarde. Los sentimientos como energía electrógena, más intensa cuanta más oscuridad. Se siente mal, sí, pero ya no lo puede detener. ¿Por qué él se lo dijo de nuevo? Es el ideal y no lo ama. ¡Cómo le hubiera gustado hacerlo feliz! Pero no lo ama, aunque desea besarlo en aquel bar deprimente. Ha decidido envejecer con un amor común y corriente hasta sufrir la muerte de algún día, hoy. Maravilloso. Obra y arte en el aserrín de los muebles bien pulidos.
El maldito semisilencio de la noche le arranca la verdad y una pocas lágrimas.

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el tiempo
es pregunta
agujeros pánico hace
en centro mío
no fluye
quiebra
de cuervos la noche carroña
el tiempo
es espejismo en piedra
cuaja melodías
pared urde
urde en los espejos
falsa sucesión
estalla
no hay conexión
sólo dolor simultaneidad luz
en perpetuo
derrumbe
el tiempo es ruinas
es cadáver
es miedo

ahora,
luego de lo dicho,
explicitemos:

- tiempo es una palabra siempre referida a la muerte y al nacimiento
- el tiempo no existe sino en aquello que tiembla
- bien mirado, el tiempo vendría a ser la eternidad, pero descuartizada



[ extraído arbitrariamente de Última sequía, El Péndulo ediciones, 2008 ]

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cuidado:
las avaricias del tiempo
sus trampas tan bien puestas
esos instantes exactos
te acechan
en las esquinas mal alumbradas
de tu extraviarse trasnochado
cuidado:
mirar en cada pliegue de las voces
guardarse de creer una sonrisa
hacer la cruz a cuatro vientos
no te será suficiente
estás a merced
estás acechada desde adentro
pequeña: ya te encruzijaste
ya te emboscaste con maestría

cuidado:
tu irte es cacería
ese no querer cerraduras
es tu jaula irrevocable
es abolir tus manos
salándote los ojos
ofrendada a la niebla
todavía ni ánima ni recuerdo ni piedra ni silencio
te vas cayendo dentro tuyo
hecha polvo, hecha sed, hecha otoño
por eso cuidado, pequeña:
muy oxidada de tanto no morir
te vas quedando sin orilla
por esperar ese otro lado
que no está allá dónde mirás
sino acá
donde no querés ver




[ extraído arbitrariamente de Última sequía, El Péndulo ediciones, 2008 ]

UN ACCIDENTE LABORAL

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Ezeiza, Provincia de Buenos Aires.


Querido Hermano:

¡Cuánto tiempo sin vernos! Al fin pude ubicarte. Veo que estás lejos en el espacio y en el tiempo, y mi memoria va perdiendo los rasgos de tu cara. Es una pena.
Hoy me levanté decidido a escribirte y ponerte de una vez por todas al tanto de mi circunstancia, a la que dedico muchas horas de reflexión.
Hay días que me siento un desgraciado y me arrebata el pesimismo, otros días tengo un buen ánimo y puedo sonreír. Vos sabrás juzgar mi situación, de eso estoy seguro.
Llegó el día de darte este relato que tanto te debía.

No quiero confundirte. No intento hacer sociología de la salud ni un estudio del comportamiento de las personas frente a la adversidad, sólo que no puedo sortear algunos detalles. Voy a hablarte de un hospital privado, de prepagas carísimas —mi única experiencia en hospitales y trabajos—, un hospital clase A, como más de una vez escuché en algún pasillo.
No fue hace mucho. Trabajaba de camarero, encargado de servir la merienda y la cena a los pacientes. A veces me sentía el camarero de un hotel, transitorio como todo hotel, pero en el que los turistas recibían visitas, regalos, anhelos: Que te mejores, que se te nota mejor la cara, que ya tomaste color, vas a andar bien, y ese tipo de cosas.
Otras veces me sentía en una especie de purgatorio donde no se debate entre el cielo y el infierno —a todos les está prometido algún tipo de cielo— sino más bien entre el cielo y la tierra.
En fin, un hotel-purgatorio: así me gusta llamarlo.
Durante el trabajo conocí de cerca a algunos pacientes. Los veía todos los días a la misma hora. Conocía sus nombres, sus apellidos, sus amores, sus horarios, sus dolores. Incluso algún que otro paciente-turista confesó que ya era una costumbre en su vida, como lo eran las rutinas médicas o un desesperado pedido de morfina.
Rubén era uno de esos pacientes. Se había roto una pierna. Vino a operarse a este hotel porque era de los mejores en la especialidad. Se recuperó sin problemas, ya está de vuelta en su pueblo.
Aquel día (imaginate un día común, entré a la habitación de Rubén con las bandejas de la merienda) me encontré con las dos camas vacías. Escuché ruidos que venían del baño. Me acerqué hasta una pequeña repisa, apoyé las bandejas. Vi en la cabecera de una de las camas un cartelito que decía: RUBÉN, TE DESEO PRONTA RECUPERACIÓN. FUE UN GUSTO CONOCERTE. Firmaba Ernesto, su compañero de habitación. Supuse que no habían tenido tiempo de despedirse, es algo que solía pasar. Rubén habría salido a hacerse un estudio mientras Ernesto se iba de alta. Otro detalle era el armario de Ernesto, esta vez cerrado.
—¿Buscás algo?— dijo Rubén. Salía del baño, llevaba una toalla colgada en la cintura y el torso desnudo tapado de pelos.
—Nada— le dije— vine a lo de siempre. Leía el cartelito…
Rubén estaba indignado. Fue hasta la repisa y espió en la bandeja de la merienda.
— ¡Merienda de mierda!— dijo.
—Yo no la preparo —le dije—, podés ir putear a la cocina.
Me enojé. Hubiera sido mejor irme pero me tentaba la idea de una posible discusión.
—Estuviste fumando —le dije para atacarlo.
Y era cierto, cuando entré sentí una ráfaga de humo de cigarrillo que venía desde el baño.
—¿Qué carajo te importa?
—No se puede fumar acá— le dije.
—No puedo salir de acá, ¿dónde querés que fume? Mejor andate.
—Estás mal porque se fue tu compañero. ¿Yo qué tengo que ver?
—¡Andate!— me dijo, derrotado.
Había dado un golpe bajo: más de una vez dijo que sufría la soledad.
Rengueó hasta su cama y guardó el cartel de despedida dentro de un libro de Auster, sobre la mesa de luz.
—Salí, salí de acá… haceme el favor.
Le hice caso pero mientras salía me tiró un muletazo al tobillo, se dio vuelta, abrió un cajón y sacó una faca. Sin más opciones lo arrebaté, me tiré encima de él, caímos al piso, algo se rompió en el camino. Pensé en mi familia, en un abogado y muchas otras cosas, cuando alcé la vista y miré por la ventana, también pensé, ¡qué hermoso día!
—Soltame, rata de ciudad— me dijo. Levantó el tono. Se venía una difícil.

Despacio, con la delicadeza de un insecto a punto de atrapar a su presa… así se me acercó por detrás el jefe de enfermeros. Había escuchado los gritos de Rubén. Dijo que no le gustaba que molestaran a los turistas, que ese era un hotel serio. Me dijo:
—¿A vos te parece, hombre, fajar a un tipo convaleciente?
Me tomó del cuello y me revoleó. Casi vomito. No me animé a putearlo, sólo le señalé la marca de la muleta en mi tobillo.
—Con algo tenía que defenderse— me dijo el enfermero, piadoso.
—Claro— le dije.
El enfermero se fue. Me quedé callado juntando las monedas de propina que se me habían caído. No eran muchas.
Estábamos arrepentidos. Rubén me señaló una última moneda debajo de la cama. Creo que hasta me pidió perdón. Después caminó hasta la ventana apoyado en una sola muleta. Me miró para que lo mirase, iba a decir algo:
—¿Sabés lo que pasa?— Ahora miraba por la ventana que daba al jardín central del hospital— hace un tiempo Ernesto me prometió que saldríamos de acá juntos. Prometió irnos a vivir a mi campo. Dijo que me quería, que quería formar una familia, se comprometió a todo eso, después se retractó, como si nada, y se fue. Ahora soy yo el que se va. Quizás algún día vuelva —dijo rejuvenecido—, los médicos insisten en hacerme algunos chequeos más, por el momento vuelvo a mi pueblo, a mis campos. No es que la ciudad no me guste pero uno está acostumbrado a otro tipo de vida… —se volvió hacia mí— Tomá.
Me entregó su faca.
—Quiero que la tengas, me di cuenta de que no sabés pelear. Un día te la van a dar feo. Si quería te clavaba, ¿sabés?
—Andate a la mierda— le dije. Después la tomé, en actitud conciliadora.
—ME voy —dijo—. Ernesto me gustaba y también se fue. No quería irse conmigo, ¡no!, nunca me quiso —concluyó.

Salí de la habitación. Estaba tenso, me dolía el cuello y tenía los nudillos raspados. Rubén lloraba. Esperé unos segundos en el pasillo delante de la puerta. Hasta pensé en volver a entrar pero sería mejor dejarlo solo. Seguí con las dos habitaciones que me faltaban y a los otros pacientes que preguntaron por los gritos les dije que fue una pequeña discusión. No quise entrar en detalles.
Cuando me iba del piso noté que me esperaban el jefe de enfermeros y un tipo de seguridad. Me llevaron hasta la habitación de Rubén. A medida que nos acercábamos su llanto aumentaba.
Apenas me asomé a la habitación vi el cuerpo de Ernesto tendido en el piso, ya muerto, con varias puñaladas. El armario estaba abierto de par en par. Rubén explicaba algo a una enfermera. Me vio asomarme y retrocedió espantado. Después dijo, señalándome:
—Fue él. Entró muy nervioso, le dije que no me gustaba la merienda, ahí nomás me puteó y se me tiró encima, es un loco… menos mal que llegó el enfermero. Pero ni bien el enfermero se fue (creí que ya era suficiente, que nada más era una ralle) siguió con los insultos. En ese momento Ernesto salió del baño y este loco se puso peor. Nos amenazó y… lo apuñaló. Hasta quiso guardar el cuerpo en el armario pero no pudo. Se fue, como si nada, a terminar la ronda. ¡Está loco!
Busqué en vano con la mirada el libro de Auster que guardaba el cartelito de despedida de Ernesto. El armario estaba abierto y tenía charcos de sangre que iban por le piso como pequeñas islas hasta el cuerpo apuñalado. Miré al de seguridad: Soy inocente, le dije. Lo dije por decir algo, se sobreentendía que ese psicótico desvariaba y le echaba la culpa al primero que pasara.
—No pude haber hecho algo así —le dije al de seguridad—, no tengo rastros de sangre, revisame.
Cuando me encontraron la faca llamaron a la policía, estuve dos horas, demorado en el hospital, después en un calabozo —no podría decirte el lugar— hasta llegar a esta celda. Unos días más tarde pregunté cuánto tiempo había pasado desde que entré a la habitación a llevar la merienda hasta que me detuvieron. Veinte minutos, dijeron. También expliqué que no maté a nadie, que no causé ese gigantesco horror, pero no pude demostrarlo, hermano, no pude.

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No mato, sino que lastimo.
No alcanza con respirar
para poder ser algo mejor.
No fui parte del incedio
para encargarme de no dejar rastros.
Y no encontré algo mas doloroso
que la propia conciencia.

Y en los vasos que contenían alcohol
(porque lo unico que importaba
es que tuvieran alcohol),
y en todo lo demas que llego después,
maté una ilusión,
esperando que renazca de alguna otra manera.

Pero no es más que una apariencia.

Y ahí, esperando el móvil
que me transporte a los fracasos,
disfrazándolo de un ideal,
de una confusión que sólo yo sabía entender,
encontré mi destino de colores oscuros,
tan oscuros como su razón.

Y me senté en el suelo,
en un lugar muy parecido a un cementerio
donde esperan todas las cosas por nacer.
Permanecí hasta perder la inteligencia,
hasta encontrarme con mi instinto animal.

¿Quién no deseó ser normal el dia que nos llegó la perversión?

Todo al dejarte ir

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Y si, por ti el corazón aflora
los crisantemos estallan.
Por ti el fuego que me incendia.

Paso mi corazón por un embudo,
mi corazón universo se comprime
por la distancia.

Te dejo ir por la puerta con una sonrisa
y vivo una semana abandónico
errando el pulso de la poesía, también herido en lo cotidiano.

Los sábados por la noche falta alguien en mi cama
y esa sonrisa, esa caricia que no está
se multiplica por las veces que te dejo ir sin una explicación.

Escupí un insulto al cielo y cayó en mi cara
todo al dejarte ir.
Eric Thiemer, Melodias desencarnadas

¿Qué es la poesía? [primera aproximación]

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Pregunta difícil, y probablemente, en última instancia, inútil su respuesta. Inútil para el poeta, si no llega desde dentro del acto mismo de la creación poética; inservible para él cualquier intento de pálida conceptualización externa. Quienes quieran definirla estrictamente –y la tentativa es, aunque legítima, un tanto irrisoria-, sólo podrán hacerlo aferrando los restos fríos, los retazos cenicientos del fuego central que alumbra -breve, imposible, único- en el hacer incierto de la poesía. ¿Qué es la poesía? Sólo la poesía puede darle al poeta –aunque siempre incompleta, precaria, borrosa- una respuesta que le sea (vitalmente) válida y útil. No hay poesía sin esa incertidumbre.

No es esto evadir el problema, sino colocarlo dentro de ciertos límites, definir su alcance. Así, entonces, responder a ese ‘qué’ requiere, creo, interrogarse acerca del hacer, el trabajo, la praxis que hace estallar la poesía y su materialidad en el mundo. Si existe alguna esencia, es ahí donde está, es en la práctica humana concreta del acto poético donde se manifiesta su posible existencia. Y en ningún otro lado. El ‘qué’ de la poesía sólo puede estar en el acto mismo que le da su existencia total: el poeta lo sabe bien porque vive -sufre, alimenta, disfruta, (se) hace y deshace- íntegramente el proceso de creación, que es único (y cada vez) para cada poeta. No hay poesía sin ese trabajo.
No sólo ‘qué es’, sino ‘cómo aparece’, es, por lo tanto, también la cuestión. Es, quizás, antes que nada, la poesía, una actitud hacia el mundo, y, por lo tanto, una actitud hacia el lenguaje, que es el instrumento que nos permite (pobremente) instalarnos en el mundo. En la incapacidad, en el desajuste del lenguaje para decirnos las sombras del mundo está, pues, la poesía. Desde (en, contra, por) el lenguaje hace el poeta, a partir de vagas intuiciones, su imagen del mundo, sus símbolos; construye, volviendo a cero si hace falta, su propio instrumento, uno que se adecue al extrañamiento de sus visiones, que le sirva para hundirse en la hostilidad de lo oscuro; el desafío es hacerse un lenguaje propio, imperfecto pero intacto, viviente, distinto de aquel petrificado y desgastado -el de los diccionarios y los libros de gramática- que no le permite nombrar lo que le sucede porque está vacío de sentido. Implica esto, claro, una ardua labor. Carcomiendo, iluminando, la poesía se retuerce, rebelde, en las minúsculas fisuras de ese simulacro -falso y en apariencia compacto- que nos ofrecen desde que nacemos y que llamamos vida (y lenguaje y mundo), para devolver alguna pequeña plenitud al ser desarmado que somos. No hay poesía sin ese enfrentamiento, esa rebeldía.
El lenguaje: patria y campo de batalla. Puede ser la poesía cuando hay sangre derramada que se filtra en esa tierra, y la renueva. Sangre porque no se conforma con la verdad a medias, con la libertad a medias que reinan en el mundo, presentadas, arbitrariamente, como lo único posible. El poeta conjura lo irreconciliado, evoca lo desconocido, invoca lo imposible; la poesía es su hambre de subversión, de restauración, de consolación (que es el de todos, de alguna manera). La poesía es su libertad y su verdad, su sed de utopía en ese arrastrarse para alcanzar la otra orilla y volver con una luz menos opaca, con un agua menos amarga. Desnudez, intemperie: condiciones óptimas para arder las máscaras ciegas que llevamos incrustadas y así, una vez al menos, ver, respirar, cantar. No es sencillo. Requiere ciertos sacrificios. En esos sacrificios -ausencia, silencio, hundimiento-, el poeta, consciente y vigilante, hace nacer su libertad, su verdad, su utopía -sus alimentos- y los ofrece al viento, a la lluvia, a la niebla. No hay poesía sin ese hambre, esa sed.
¿Qué es la poesía? Si indefinible por estar agazapada siempre en lo indecible de la experiencia poética, puede decirse, sin embargo, por decir algo y no escaparle al asunto, que la poesía es, tal vez, incertidumbre; trabajo; enfrentamiento y rebeldía; hambre y sed incurables.

cien versos

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Ahora que me siento fatal e interminable, sé que soy capas de condensar la poesía,
y que puedo escribir los versos más malos esta noche.
Escribo, por ejemplo:
Como no tengo nada me gusta robar,
Cuando me fui de tu casa me lleve tu cenicero de bronce,
Perdón, es que presentí que no ibas a amarme.
Son extraños estos momentos,
Charly García compuso canciones geniales que escucho desde los doce años,
hay algunas que hablan de mí. Entonces sé que no estoy sola
También se que en buenos aires abundan las supersticiones.
Un gato negro te hizo retroceder. ¿Te acordas de aquello?
Yo sí, quizás por eso ando nostálgica y poética

Haciendo cálculos, puedo escribir más de cien versos esta noche.

de repente

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Será una calle, un olor, un café con el diario del día
lo que te traiga.
Será arbitrario lo que venga,
quizás la imagen borrosa de tu departamento,
con pelos de gato pegados a mi ropa.
Quizás tu nombre, vértigo,
alguna parte de tu cuerpo
lo que venga para joderme o hacerme una ternura
nunca se sabe con exactitud.
Yo voy a ir,
algo mió, yo no,
algo que fui para vos,
de repente, te va a caer
como un vuelto que te dieron mal,
de más o de menos,
en un kiosco.
De improvisto,
nuestro espacio se agranda
caen frutas desde atrás
que te tocan,
en cualquier instante.
A saludar
y a seguir

Leopoldo María Panero, Poemas del Manicomio de Mondragón (1987)

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Panero es un narrador, ensayista, traductor y poeta español, madrileño, nacido hacia fines de los cuarenta, por lo general catalogado livianamente dentro de la difusa y tautológica categoría de "poeta maldito". Bastante más que eso, Panero deslumbra en este pequeño volumen con imágenes poéticas que desbordan cualquier categorización facilista. Conocedor consciente y metódico de su arte, Panero hace su poesía no con la locura, sino con las sutilezas inesperadas del lenguaje, trabajando sabiamente el ritmo poético y las asperezas de la lengua para mejor dar a luz sus visiones del otro lado (ese que nos está vedado por estar tan cómodos de este lado, que es el equivocado).


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En el obscuro jardín del manicomio
Los locos maldicen a los hombres
Las ratas afloran a la Cloaca Superior
Buscando el beso de los Dementes.

Un loco tocado de la maldición del cielo
Canta humillado en una esquina
Sus canciones hablan de ángeles y cosas
Que cuestan la vida al ojo humano
La vida se pudre a sus pies como una rosa
Y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
Una Princesa.

Los ángeles cabalgan a lomos de una tortuga
Y el destino de los hombres es arrojar piedras a la rosa
Mañana morirá otro loco:
De la sangre de sus ojos nadie sino la tumba
Sabrá mañana nada.

El loquero sabe el sabor de mi orina
Y yo el gusto de sus manos surcando mis mejillas
Ello prueba que el destino de las ratas
Es semejante al destino de los hombres.

Un hospital peor

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Los hospitales son lugares donde la muerte se vive a cada momento. Donde la gente la ve de cara a cara, y no le escapan.
Se les mete en el cuerpo y los doma. Desde la ventana de mi oficina se ven los internados de terapia intensiva. Les meten tubos y los limpian. Cuando queda una cama vacía en un hospital es porque el paciente se fue o se murió. Se van unos días a dormir tapados con sus sabanas de plástico negro a la heladera. Después el camión los viene a buscar y los lleva a pasear por la cuidad. Hasta que les dan tierra y nunca más nadie se acuerda de ellos.
La última vez que entre en el salón, era un montón de camas haciendo fila con hombres desnudos y entubados. Nunca antes había visto tanta gente desnuda y depilada toda junta. Las enfermeras, vestidas de verde, como si nada, paseaban regalando caramelitos de colores a los inmóviles moribundos. Todos sabemos en el hospital, que de terapia intensiva solo se sale a ver crecer las flores desde abajo.
Ahí estaba un Juan cualquiera con el tubo mas grande que haya visto, metido en la pija. Elefante moribundo. Atado a una maquina que lo mantenía vivo. Con ese tubo grueso como una lapicera. Desnudez y muerte. Pastillitas de colores. Las enfermeras indiferentes.
Hoy en mi ventana hay una cama vacía. La señora tenía una hija hermosa y llorona que la besaba y le agarraba las manos. Velorio adelantado en el hospital. En los pasillos se amontonan los médicos con el prontuario de los enfermos. Algunos están condenados a vivir enfermos. Pero son un número, cada día los cuentan y los analizan. Acostumbrados a la muerte, ya no se sonrojan los médicos ni los pacientes.
En las autopsias, como en las panaderías se preparan los chanchos, destripan a la muerte que se metió en el cuerpo. Seccionan, destruyen, analizan. El vicerador, segmenta, hace fetas de jamón cocido con la carne. En los hospitales, las malas noticias son como el pan. El dolor es cotidiano. La muerte es como el sol. Los dializados y los crotos se juntan en la misma mesa. Y no importa si tenes plata.
Todo esto es porque la gente tiene la costumbre de morirse y desmayarse. Agarrarse alguna enfermedad. Tiene la mala costumbre de envejecer y enfermarse.
Nos educaron para no mirar el abismo. Y morirnos sin haber muerto alguna vez en una esquina, de dolor o muerte, de frió al menos. Morir, después de transcurrir 80 años, en un devenir absurdo. Absurda flor. Absurda fruta. Los médicos dan las muertes como noticias radiales. Pero no hay otra forma. La muerte esta viva rondando los muros azulejados de los hospitales.
Es un lugar donde uno puede llorar sin ser visto. Pero no importa donde ni como ni cuando, todos somos anónimos, extraños y olvidados. Y el mundo es un hospital peor.

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Leandro Rossi

SOÑANDO EL DESPERTAR

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Decir de un cuento iluminando dos veces el alba con un azul tibio y una niebla mansa. Tendría la pena para ahogar el agua, la mueca descocida por la risa, pero faltaría el fuego del dolor cerrado. Robarte un cambio en el mal negocio del amor, y devolverte la vida sobre el mar, flotando desparramada. Soñé una noche de palabras en las sábanas. Rompí la ventana panorámica. Al dar vuelta las olas se derrumba la terraza de las bellas vistas, y entonces me toca hablar de soledad con el ladrón.
Decir de un cuento bailando en tus sueños, apagándose muy despacio en cada estrella que alcance a nombrar. Un final feliz en el diario de mañana, un soplo perfumado, me harían nacer fanático de luces rayadas y un voltaje mínimo de conciencia… un puro amar.
Buscaría los años atrás del libro, buscaría al músico más triste, la diosa más fea que haya en toda Europa y la sacaría a bailar. Pero me acuesto para dormir la vida, no para buscar tu sueño celeste.
En este momento yo caigo revuelto en mí mismo regando las paredes con notas alegres, para que tu canción se lleve las risas y tengas ganas de despertar. Cuando escribas, rompe el marco de lo que viste y contame que quiero nacer.
Por ahora quiero que sigas volcada toda rosa, en ese cajón sin color que sos. Todavía pretendo contarte más, todavía no me borra la luz y yo sigo siendo palabra oscura.
Decir de un cuento dormido, levantado tarde del desayuno caliente… que comienza a despertar.
Quiero la melodía del poeta, quiero ser un abrazo por detrás.
Tu vida y vuelta en el tiempo de las hamacas, tu mar cóncavo de caídas libres. Las ilusiones desafortunadas me siguen vistiendo tan real…
Un rojo. Dos rojos son luz y nacer loco, de más de un sabor. Hace frío para helado y soñé una noche de palabras en las sábanas.

Ella...

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Ella
Te moldea, te dibuja
Te sucumbe, te envuelve, te libra
Te atormenta, a veces te enamora
Te esclaviza
Te forma y desforma
Ella
Tizna, colorea
Margina, expulsa, juzga, discierne.
Seduce, abandona, amarra, despide
Es tu fruto
La heredas, la mamas, la bebes
La defiendes, la difamas
La traicionas, la escupes,
Vuelves a elegirla
Ella canta, se hermetiza, diverge,
Agoniza, nunca muere
Revoluciona
Es volátil, sólida

Te tiene paciencia
Te apura

Ella, la cultura
Te inventa.

libertad

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Libertad
Salgo a la calle
Quizás es de noche
Da igual

Libertad
Doy una vuelta en la esquina
Guiño un ojo
Grito hijo de puta
Me río a carcajadas
Lloro.

Busco libertad
Esa que me venden
Esa que me inventan
Busco en los carteles que leo
Entre coca y Pepsi
Mc donalds y burger king

Elijo libremente lo que me imponen

Libertad
¿Dónde la encuentro?

Camino
Calle corrientes
Concheros que chorrean charcos
Sobre chicos chorros
que duermen apachurrados
bajo los carteles de neón

porque prefieren hacerlo.

libertad

libertad de ver tinelli
libertad de estar controlado

vuelvo a casa.
¡Acá sí que hay libertad, carajo!
No escojo dormir en la calle
Bajo el neón y los concheros
Entre basura y goteras.
No entiendo a quienes eligen esa vida
Prefiero mi sommier y mis plumas

Me meto en Internet
¡Libertad!
Navego libremente por el infinito mar virtual que me hace autónoma
Todos somos libres
Libres de optar

Soy libre de elegir en Internet
Buena pornografía con chicos
Como se le pega a un indigente
Mando una pic, slds pasate ff
Por Internet
Yo elijo

Soy libre de hacerlo

Todos somos libres de elegir lo que ellos quieren
Qué lindo es este sistema

12 desafonías provisorias

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Menjunje

qué
en lo que constela ruinas
instantes, rostros, fulgores
sin luz, cuerpos transcurridos
por el invierno agujerado/pétalos
o secas inundaciones, rocas, irses
salivas y quietud, huesos, estrellas
en las afonías de la carne imperturbable
del tiempo rengo, la niebla/el amor
ángel harapiento, un olvido frío
o quebrado de memoria
titilando, frágiles
en mi mismo silencio
cocido suave
en la tarde muy partida
a fuego lento
que fue, o fui

Como hacer tu propio libro en Word...

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Porque todos lo medios son buenos para la creación y la difusión, acá encontraras una forma de hacer tu propio libro. Te dejo el link:

Negrito Avellaneda

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¿Qué herida sangra el Río?
¿cuándo terminan los sueños?¿y las dictaduras?
¿qué dolor traga la costanera?
en este invierno demasiado largo

pero
cada vez que alguien supera la brisa, los silencios
logra una revancha.

Yo Edípa, y qué

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Crujía adentro de la cajita, casi siempre a una hora determinada. Supe que ahí estaría durante mucho tiempo pero decidí no enfrentarme a la situación. Dos canciones se escaparon alguna vez de su boca, no quise recordarlas. La nostalgia es para el Tango, a mi me gusta el punk-rock pero… Mano a Mano qué tango, vos y yo ¿Cómo hemos quedado? Tu recuerdo invade lo cotidiano en cosas pequeñas como aquella cajita.
Crujís en un llanto, después te callás. No olvido mi culpa en esto, eras una persona triste y te hundí. Tu habitación estaba inundada y no de lágrimas, se diferenciar una metáfora mediocre de una buena. Nada que tenga que ver con vos puede ser mediocre. Vos tenés cielo en las manos, mi querida. Soñás con la tierra porque estas en otro plano, sos galáctica. Sabes a caramelo media hora, tengo un vago recuerdo de mi boca de beba lactante. Tu color es de azúcar negra y profunda, que rica combinación Mamí (como cuando me hacías flan con caramelo).
Volviendo a la inundación de tu cuarto, era agua podrida de días, de tristeza y de bronca. Te recuerdo parada frente al abismo de la cajita, con la mirada muda. Nada había en vos, todo flotaba afuera, lo bueno y lo malo, todo ahí. Llegue gritándote descolocada ¡¡Mamá, dejá de hacer payasadas!! Caíste. Te ahogue sin querer, te hundí por que no eran esas las palabras que necesitabas oír.
Lloras ahí dentro casi siempre a una hora determinada. Mientras pasan los años puedo distinguir mi dolor en los ojos de los demás y vos ya no me resultas tan espesa como otras.

Leandro camina entre la gente
Una mujer se le cae del ojo izquierdo
Intenta disimularla
Pero ella cae igual
Su mamá es una lágrima espesa
Engordó el día que murió.

Creo que es mejor tenerte en una cajita y, no, llorarte a la vista de todo el mundo. ¡Las madres son todo un tema! Igual la amo y la amé, si fuera Edipo me casaría con ella.


14 de mayo de 2009*  

*El mismo día que escribí este cuento fuimos con mi mamá a un hospital público, de esos bien públicos de Buenos Aires. A la salida, en la parada del colectivo, vimos a una mamá con su hijo, hasta ahi todo fue "normal".  El pequeño nos llamó la atención quizá porque nos anticipamos a lo que vendría después. El nene llevaba un uniforme del color azul como sus ojos gigantes, tenia rulitos negros y una naranja en la mano. Subido a un cantero, comiá la fruta y besaba a su mamá diciendo:
-¡te quiero besar, porque sos mi novia!
La mamá lo corrió con un gesto un poco brusco:
-Yo no soy tu novia, soy tu mamá. (El nenito reía)
Subimos al mismo colectivo, ya arriba, los seguimos observando. El nene entró hasta el fondo del coche gritando:
-¡¡¡mi mama es mi novia!!!
La madre:
-¡Karen vení acá!
Mi mamá:
-¿es una nena?
Yo: -si, viste.
Ella: - ¡qué rara esa nena!
A lo que respondí, recordando este cuento: -No, Má, no es tan rara.
Aunque también quise gritar:
-¡mi mama es mi novia! Me contuve, ¡es demasiado por hoy!

Carta

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Te quedabas en tu pieza enumerando las contradicciones que nacían de tus ideas.
¿Cuál era el miedo? Decímelo.
Te pido que rememores aquellos momentos en los que te halagaron.
Si el porro nos hace reír fumemos uno
¿Por que no?
Te miro, hay cientos de móviles para la acción, sos una mujer hermosa, puedo decirlo
¿Por que habría de no hacerlo?
Sabes, tengo mis ilusiones, de madre, de tierra, de polen
De rostros que gesticulen una vez más la mueca del amor.
Tu pieza y afuera, una cuidad veloz
En la cuidad hay una particula, un espacio que te contiene y no
A mí me gusta leer muchas veces la misma poesía y adoro robar
Ando en tren, voy a hacer las tareas tontas de la vida diariamente
¿Por qué no habría de hacerlo?
¿Por qué no pagaría mi boleto y por qué lo pagaría? Se me ocurre de repente, son preguntas esenciales.
Las respuestas solo dan felicidad, como repetir aquella lectura, como pegarte agua del mar sobre la piel, como salir del cuarto y encontrar un encuentro en un paisaje de lata, y aún con el paladar salado saber reír.
Vos te quedabas pensando, esa forma triste de llevar la historia sobre tus rodillas, para acurrucarla una y otra vez. Yo no dejo de mirarte, aunque también haga otras cosas…
Te pregunto. Un viaje, una conspiración, un caramelo, un vagón destartalado, una exposición ¿porque no habría de hacerlo?

Mil muertes

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Toda la escritura mía mantiene intimidad con vos,
hilos invisibles, y sin embargo dorados, cuelgan de mis letras y de tus gestos.
Aún cuando no hablo así de grande es tu influencia,
y yo me mantengo con esta forma de perra doméstica
que me acota las posibilidades de otra cosa.

Nunca te pude escribir una poesía.
Pero estás, el tejido de mis palabras te supone…

Ya ves que voy improvisando una forma
para tanta sustancia.

Y sí…

Un paisaje abismal sigue en expansión pequeña mujer,
es aún posible, la variante no cesa,
el terreno se extiende por mis sentidos
y todo pasa por mí como si fuera yo un conducto,
el primer viaje en el tren Urquiza con
la poesía, que era, como el escupir un conejito
de la carta a una señorita en París.

Tus comentarios feroces impactando sobre la anarquía de la tierra fértil.

Yo y mi capacidad para el asombro en su apogeo,
Decidiendo que iba a haber besos, carne alucinante.
También el temor en aumento por cada certidumbre de maravilla,
las temporadas de indiferencia (Rebajas en el mercado de nuestra importancia),
y la vuelta a los sueños en cielos de poco transito y bombachas húmedas.

Verás, las muertes me traen cambiada…

Ya ves soy otra, y esta te escribe, amiga.
Amiga:
Seguís pesando lo que un gigante,
me darás mil muertes
en un contacto.

El terreno se extiende,
percibo el hastío,
el terremoto, la nada,
Y cuando entren
no me verán sorprendida.

Escena(s)

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Olor a pólvora.
Los trazos acudieron a la vida
en columnas de huesos,
bloques de carne.
Ventorral que embiste
esa despótica sordera
rompiendo en penumbra
escudera de ideales.
Olor a sangre.
El taconeo descordina
tiritando de miedo
a la ebullición de conciencias.
"Luche. No deje de luchar."
Corriente que desfallece
en aliento color sepia:
Libertad.
Aroma a mártir.
Como emerge de una ciénaga
la fragante rebeldía
se vuelve aura que disipa
la viscosidad del morir:
soy fusil hecho poema
y el poema es un fusil
aguardando detonar
en la cosquilleante historia viva.

29-05-69/09

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...Y si, te oía cantar más allá de los desencantos;
y no, no es que descalzos lleguemos mas lejos,
y tampoco tiene que ver con que nos duela mas.
Pero siempre fue asi, todo tan enmarañado.
Todo tan parecido al infierno.
Me visto de etiqueta para hacer el trabajo mas sucio
con la excusa de intentar encontrarte antes que desaparezcas.

Y luego de no haber nada siempre detras de las puertas,
luego de fantasear con un universo para mi solo,
luego de crearlo, de amarlo y de destruirlo
busco luces en las luces y tu alma en la oscuridad.
No, nunca estuve tan solo como para extrañar
y entre los delirios manifeste esta historia
que tiene que ver muchos mas con el olvido.

¿Qué será de esos recuerdos del mar?
De las veces que traicioné a este yo
para intentar ser este verdadero yo.
Por suerte hoy conservo intacta
la facultad de olvidar.

Sobre prólogos

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Me limitaré a buscar una reflexión tan subjetiva como es el recuerdo de un aroma o la brisa en alguna noche de luna.
Estoy convencido de que la poesía tiene un fin en sí, es un todo que nace cuando es escrita y se completa cuando se lee, y por eso no necesita presentaciones o advertencias. Un poema es como un beso verdadero, no un beso de cortesía que se reparte sin cuidado al llegar o irse de un lugar, que no se pide, que no se anticipa. O como un cachetazo que, sin aviso nos hace sentir el tibio dolor en el rostro.
Anticipar el beso sería robarle esa espontaneidad que lo hace único, anticipar un cachetazo sería prevenir al receptor para que endurezca el rostro, prologar un poemario es advertir al lector sobre si lo que le espera es la suavidad de un beso o la violenta realidad del golpe. Con tal advertencia se perdería esa espontaneidad, esa magia y esa incógnita que se va develando al transitar la página. Al leer un poemario el lector pone su cuerpo, sus sentidos y, ante tanta entrega, no es justo ni para el poema ni para el lector que se entorpezca con palabra ajena esa comunión poema-lector.
Leer un poemario es una experiencia propia de cada lector y única cada vez que es leído, que nos invita a asistir desnudos, libres, sin mapas, sin caminos, ajenos a cualquier indicación.

Poema para Rita

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Nadie puede hablar de los callejones
en los que dibuja y borra su muerte

pero a pesar de tanta reja
yo sé que ella descansa en los jazmines que simula el sahumerio de los consultorios
ella se pierde, se encuentra y juega en la grilla de los antidepresivos que debe tomar
duerme con un ojo abierto, un brazo vencido y las puertas cerradas
ella recorre las calles con mirada de niña, tos de cigarro y piel deshidratada
ama sus heridas y sonríe a lo que pudo haber sido
ella está estrellada en una dirección de mail, se escracha en las fotos y sueña con viajar

ella me susurra al oído este poema
al quedarse sin palabras.

poema al macricidio

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Seguro que tu inseguridad me persigue
Con largos palos que clavan en mi espalda espadas de culpa
Y de tus manos chorrea el jabón que robaste
Y de tu cara se extingue el maquillaje.

Te querés morir
Porque vivo en tu culo
Y a seguro se lo llevaron preso,
Preso político.

Cuidado ciudad de dudas
De rejas negras, zonas rojas
Manos duras

Cuidado dedos de guante
Que en esta selva gris
No estarán solos.

P.U.T.A (Persona un tanto ajena)

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Sobrevolaste mi colchón una vez, tenías garras y un hedor fétido en la entrepierna. Soltaste jugos viscosos sobre mí. Fui un diamante flotando en un río obsceno, brille como nunca.
Pasaste bello sueño, paso…te busco. Pero en tu lugar encuentro una nenita rubia, pequeña por lo sutil de sus movimientos. Era una lolita de boca roja y pechos blancos, dos pétalos de yeso, colocados perfectamente en su pequeño tórax. Ella llevaba una expresión ingenua en el cuerpo, quería desgarrarle sus piernitas para encontrarte a vos en el fondo.
Vuelvo a mí tras estos pensamientos y vos no, ni siquiera te asomas por la ventana ¿Qué pasa que no entras?
Metéte despacio entre las sábanas sin que lo note, aparece de golpe por mi espalda, besame la sien. El cuello estaría erecto de sangre, mandando sensaciones al cerebro, dispuesto a explotar. ¡Hacelo!
De nuevo en mi cama, este gatito ingenuo yace a mi lado -¡la muy princesita de cuentos!-.
A vos te sobran las garras, el sabor fétido, pero jamás los besos. No te gusta besar, y eso, eso me excita. PUTA, TE DESEO.
-¿Qué? ¿te gustan mis besos? La princesita está despierta, osa interrogarme con preguntas insípidas, cómo te podría ella imaginar. Le digo con un gesto sencillo, ¿estas cómoda? Ella responde: -¡si bebé, abrazame un poco más! La abrazo. Miro al techo y espero. Espero que vueles en él, no entras en la escena aunque pague más, no entras.

ME ESTOY QUEMANDO

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Me estoy quemando.
Eran los tiempos felices los del arte. Ibamos a la casa de Graciela a pintar y a dibujar; ella era muy buena, casi no nos cobraba un mango por estar en su "taller del arte". Su casa era de lo más linda: largas mesas llenas de pomos sangrando de pintura al óleo mezclado con un fuerte olor a aguarras viejo. Más y más pinceles que nos volteaban de colores alegres. La enrredadera entraba por la ventana de madera y ayudaba con nuestra labor. Y Graciela corria feliz por todas partes y al saltar parecía que el aire la elevaba para llevarla hacia donde ella quería. Resultaba fabuloso contemplarla caminar sobre el viento. Todo eso y más acompañado de un total desorden de papel crepe, lápices de colores mojados, pinceles y algunas temperas.
Parecía adecuado para vivir y nosotros admirábamos ese fabuloso y estrellado cuadro deseando parecernos a Graciela y a sus amigos alguna vez, en algún tiempo no tan lejano. Poder percibir el mundo a través de esa hermosa palabra llamada ARTE; flameando nuestros largos cabellos rojizos para destrozar de color un gran bastidor de metro gigantesco. O hasta poder llegar a algo parecido al arte tachista y, con suerte ser aclamados; pero nosotros teníamos nuestros límites con la técnica, Graciela nos enseñaba.
Así nos imaginabamos el vivir cuando los dos teníamos dieciocho años, yo casi entrando a los diecinueve.
No pensé que todo iba a resultar diferente.
Yesica y yo seguiamos fabulando en ese mundo que lograba eficazmente mantenernos apartados de los contenidos superficialmente sociales. Nos imaginabamos exponiendo nuestros trabajos de artistas en museos de barrio o en centro culturales municipales; en eso eramos humildes. Queríamos tener en nuestras mesitas de noche una foto abrazando a Graciela, en agradecimiento por habernos dado la oportunidad de conocer aquel mundo alterno; desprovisto de prejuicios y despreocupaciones verdaderamente odiosas.
Pero no fue así. Duro poco.
Nos cortó el tiempo y la vivencia. No sé en que momento fue para Yesi, no sé si fue antes o después que el mío. Creo que fue después, si no fue simultáneo.

. . .

Corrí una noche. Huí de mi hogar y nunca más volví. Orgulloso salí una noche de verano, en diciembre, con la percepción de lo que fue bien alta. Nunca más volví y destruí una parte de la percepción que tenía del arte píctorico. Ahora soy un vagabundo de los dos espacios: soy un vagabundo del arte y de las letras. Trato de probar la validez perceptiba de aquel espacio al que alguna vez pertenecí y ahora solo puedo opinar sobre él.
Graciela hoy sigue intentando mantener ambiguo el pasaje que se debe mantener entre los dos lados, para poder existir y resistir en el medio del límite: ni realidad ni ficción; ni arte ni vida. Los dos, algo de los dos, más momentos de uno que de otro lado de la frontera entre los dos mundos.
Nos había tocado esa dualidad. Un instante arrancado de la totalidad del mundo nos permitía fantasear y fabular toda la semana y así resistíamos.
Yesi hoy sigue acompañandome; en los momentos que podemos. Su gracia tampoco es mejor que la mía. A veces, contemplamos nuestra habiatación llena de cuadros y bastidores gigantes; lloramos por lo que no fue.
Hasta ahora no puedo tomar un pincel con mi mano, me está quemando.










. . .

toilette

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TOILETTE

Cuando llegué, todavía no había llegado. Elegí una mesa y proseguí a ubicarme. Comencé a observar el lugar: oscuro, lúgubre y tétricamente desagradable. Hacia mucho calor y por eso elegí una mesa en la parte de afuera, sobre la vereda concurrida y mugrienta, como todo el habitad del espacio.
Como siempre, tuve que esperar, al menos, treinta minutos. Destemporable y desfavorable en lo que me toca. Tenia todas las de perder en ese sitio inmundo; y pensando en seco, en aquel encuentro también perdía mi valioso tiempo. Así fueran dos horas.
Llegó con una sonrisa apetecible. Pero me vinculaba a percibir una subjetividad incógnita. Había un cierto manejo de extrañeza en todo eso. Tal vez era solo por un momento.

YO HABLE.
ÉL HABLO.
NOSOTROS HABLAMOS.


De alguna situación o de alguna anécdota que no recuerdo con claridad en este momento. Lo más curioso (y digno de narrar) vino después. AHORA.
Fue al baño, dejándome solo unos instantes y me permití volver a las ensoñaciones que me eran frecuentes cuando tenia muchas ganas de huir de algún lugar como aquel... Mientras esperaba volví a observar: MESA, SILLAS, TRAPO, VASOS, TAZAS Y RECIPIENTES VARIOS. Ninguno se salvaba de la mugre.
Volvieron a pasar casi treinta minutos. Mi histeria estaba hasta los cielos y los relojes se comenzaron a suicidar antes de que empezaran a mirarlos. Había muchos relojes de todo tipo que marcaban muy claramente el tiempo.
Ya había asumido que me había dejado solo; entre tantos relojes. Era mejor que pagara la inmundicia y me fuera de ese lugar. Intente pasar al baño a husmear. Y lo hice. Paredes sin revoque, entubaciones comidas por el óxido dejaban caer grandes gotas de agua que hacían mucho ruido al caer y resonaban muy fuerte. Seguí entrando.
Estaba sentado en el vaso sanitario respectivo y electo, sin puertas de frente, ni de costado. Es el momento mas indigno de la vida de un hombre. Estoy narrando su defecación.
Por supuesto que no permití que me viera viéndolo, aunque no sé si me vio. No insistí, Salí enseguida corriendo, dejándolo con su inmundicia para siempre.

Los fantasmas del viejo

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EL PRINCIPAL PROBLEMA DEL ESCRITOR: Tal vez sea el de evitar la tentación de juntar palabras para hacer una obra. Dijo Claudel que no fueron las palabras las que hicieron La Odisea, sino al revés.

LITERATURA Y PROSTITUCIÓN: ¿Cómo vivir? De cualquier modo que la creación no sea manoseada, bastardeada, abaratada: poniendo un tallercito mecánico, trabajando de empleado en un banco, vendiendo baratijas en la calle, asaltando un banco.
E. S.





Ya no tengo la edición maltratada -segunda o tercera, no me acuerdo- que compré una vez, hace por lo menos ocho años, en algún puesto del Parque Rivadavia, sin saber muy bien dónde me estaba metiendo. Hasta ese momento solamente había leído de ese libro (y de su autor) apenas una mala fotocopia de uno de los apartados, titulado “Sobre el castellano que empleamos”. Esa fotocopia -que sigo guardando, ya amarillenta- empieza así:
Parte de los defectos lugonianos se deben a la manía de probar que un americano puede escribir una lengua tan rica y castiza como la de un español. Este sentimiento de inferioridad presionó catastróficamente en nuestros escritores. De la forma y medida en que presiona sobre muchos maestros y profesores de enseñanza secundaria, mejor es que no hablemos"
Lo que sigue es una de las tantas diatribas polémicas que Sábato dispara, cambiando varias veces de objetivo, a lo largo de “El escritor y sus fantasmas” (1963). Quiero aclarar, innecesariamente tal vez, que esta especie de reseña no obedece a turbias cuestiones de los vaivenes del mercado editorial -me refiero a esos vaivenes que obligan a tantos críticos para ganarse el pan (en el mejor de los casos), a reseñar para algún diario o revista, en cincuenta o cien líneas apretadas, cualquier nueva porquería que lleve el sello de una editorial medianamente prestigiada-, sino que responde más bien a cierta nostalgia de mi mismo: de ése que era cuando llegué al viejo por primera vez, sin saber que ya luego no iba a querer volver. Porque para hablar de libros, que mejor que referirnos a aquellos que “valieron la pena”, que constituyeron, de alguna manera, un acontecimiento en la vida, “un antes y un después”: que nos transformaron y pasaron así a formar parte insoslayable de nuestra historia personal. Son muy pocos, en ese sentido, para cada uno, los libros que cuentan verdaderamente: para mí, éste es uno de esos: leerlo marcó profundamente, para bien y para mal, mi concepción de la literatura, y hasta mi visión del mundo.
Sosteniendo un tono que vira entre la ácida ironía y la inquietud trágica; urdido sobre un sistema de antinomias que se despliegan, en el intento de alcanzar una síntesis integradora, a lo largo de un texto fragmentario pero unívoco; enfrentándose, solitario, a muchas de las ideas dominantes de su tiempo; fermentado, en definitiva, a partir de encarnizadas reflexiones acerca de un solo tema, tema que me ha obsesionado desde que escribo: ¿por qué, cómo y para qué se escriben ficciones?, “El escritor y sus fantasmas”, conserva, me parece, cierta preciosa validez en lo que hace a los problemas, resbaladizos y arduos, del trabajo de escribir, más allá de que se pueda acordar o no con todas las posiciones polémicas que Sábato defendía en ese entonces desde su bombardeada trinchera de escritor argentino; más allá de que muchos de los debates en los que se inscribió hayan sido ya (creo, espero) superados. Hoy, colocada la literatura en la triple disyuntiva de degradarse a la condición de simple mercancía descartable, de subordinarse a ser subproducto de alguna ideología, o de limitarse a ser un apacible juego intelectual, Sábato la restituye a su lugar al indagar en los atributos profundos de lo que debe ser una literatura que trascienda los cortos fines que pretenden imponerle el mercado, los dogmas y las academias. Voy a elegir, pues, de entre todas las que me siguen resultando, desde aquella primera lectura, ineludibles, imprescindibles, sólo una de las líneas centrales de entre todos los entrecruzamientos que dan forma al libro.


por una novela humana

¿Cuál es el papel, la función que debe cumplir la literatura en una sociedad en crisis? Con esta pregunta puede resumirse una de las preocupaciones principales que atraviesan todo el texto. Simplificando un poco la cosa, puedo decir que para Sábato la función de la (gran) literatura es una sola: dar testimonio. Surgen, entonces, inevitables, los eternos problemas del “qué” y el “cómo”: ¿testimonio de qué? ¿cómo (y desde dónde) testimoniar?
Empecemos por el “qué”: Nada más equivocado, dice, que pedirle a la literatura el testimonio de lo social o lo político. Escribir en grande, simplemente es, sin más atributos. Una novela verdaderamente humana –o sea, una obra que se arriesgue profundamente en las contradicciones, angustias y esperanzas, pasiones y obsesiones del ser humano concreto- será también, simultáneamente y en diverso grado, “novela social” y “novela política” y “novela histórica” y “novela psicológica”. Por eso, para Sábato, aquellos que postulan que la novela, para ser “socialmente válida”, debe ante todo ser capaz de dar una imagen fiel de determinada “realidad” política o histórica o social, se hunden en un esfuerzo estéril, ya que, por lo general, quienes así piensan (y escriben en consecuencia) parten siempre de una idea preestablecida y no cuestionada de una “realidad” que la novela debería sencillamente limitarse a registrar o reflejar, limitándose así a dar forma literaria a presupuestos ya elaborados por tal o cual ideología, postura política, creencia religiosa, posición estética, etc.; en este tipo de literatura, la novela funciona como una especie de estrado o pulpito donde, en lugar de testimonio, encontramos (en el mejor de los casos) mera argumentación, cuando no sencillamente propaganda. Claro que Sábato no es tan ingenuo como para pretender que el escritor, a la hora de sentarse a escribir, se desembarace de su ideología, de sus convicciones políticas o religiosas, de su personal visión de la sociedad, solamente postula que no son suficientes para dar nacimiento a una novela humana: pueden ser pretextos, pero no un fin en sí. Porque la novela debe ser, ante todo, una forma de indagación de la realidad -oscura, ambigua, retorcida, contradictoria- del hombre concreto (eso que Saer llama una “antropología especulativa”), no un simple muestrario de lo que ya se cree saber de antemano y que podría encontrar más adecuados canales de expresión: el ensayo, la nota periodística, el informe, la prédica edificante, el discurso proselitista.
Es que, si bien son necesarias para sentarse a escribir al menos dos o tres certezas, es más importante para el resultado la enorme cuota de incertidumbre, de riesgo, de movimiento inconsciente que implica sumergirse en el espacio resquebrajado y tambaleante de la ficción en un intento de ahondar en el sentido general de la existencia, una dolorosa tentativa de llegar hasta el fondo del misterio, para sacar, de esa exploración casi a ciegas, una imagen maltrecha, una verdad andrajosa y sangrante acerca del ser humano concreto, de su intemperie, de su laberinto, para terminar, muchas veces, derruyendo esas dos o tres certezas que fueron el punto de partida. Ni una arenga política, ni un panorama social, ni un sermón moralizante, apenas la voz áspera de un “yo” escarbando dentro de sí mismo para romper la costra implacable del mundo y testimoniar su drama: No nos da una prueba, ni demuestra una tesis, ni hace propaganda por un partido o una iglesia: nos ofrece una significación.

el mundo, las palabras


El escritor, el artista tiene una sola obligación: negarse a cualquier tipo de servidumbre. Ni acomodarse a las pautas de cualquier tradición, ni sumarse a los clamores de tal o cual gesto vanguardista: debe hacerse sus propias herramientas, (re)construir con sus propias fuerzas, con dudas y frustraciones, con inevitables avances y retrocesos, el lenguaje -personal y único- que le permita dar su testimonio, sin subordinarse a ninguna exigencia que no sea la de su propia obra, donde cada palabra está respaldada por el escritor-hombre, nada está dicho en vano, por simple juego o por pura destreza lingüística. Porque ni las recetas comprobadas ni la simple transgresión garantizan nada si no hay detrás un ansia irreprimible de examinar la condición humana sin ningún tipo de concesión. Y como cada tentativa es única, así también lo será el estilo del escritor que la lleve a cabo, ya que el estilo es el hombre, el individuo, el único: su manera de ver y sentir el universo, su manera de “pensar” la realidad.
Claro que para el viejo el “cómo” no es sólo una posición ante el lenguaje, ante sus posibilidades y límites, sino también, y principalmente, una actitud ante el mundo: porque la forma no deriva -valga la redundancia- simplemente de necesidades formales, es también el resultado de un conflicto que se despliega en el acto mismo de la escritura: el intento -siempre frustrado, siempre renovado- de hallar la síntesis entre lo subjetivo y lo objetivo, lo irracional y lo racional, lo imaginario y lo real, lo individual y lo comunitario; encrucijadas donde el artista no puede optar, sino que, si quiere dar un testimonio verdaderamente integral del mundo y de su tiempo, se verá obligado a mantener los contrarios unidos en un esfuerzo de dolorosa tensión, jamás resuelta. Lejos entonces de ser una simple concesión a determinada concepción estética, la forma es el modo en que el artista reordena el material resquebrajado que obtiene de su difícil tráfico con el mundo y los hombres para otorgarle un sentido, para tornarlo símbolo. Las necesidades formales no son, pues, solamente inherentes al funcionamiento interno de la obra, sino que vienen determinadas por una exigencia mucho más profunda que supera lo meramente lingüístico para internarse en el terreno de lo existencial: ese barro donde el escritor, el artista no puede dejar de meterse para, a cualquier precio, extraer, de entre las antinomias que lo atraviesan y que forman su sustancia más preciosa, la sangre impura de su obra: Frente a la onda escisión del hombre, el arte aparece como el instrumento que rescatará la unidad perdida [...] reino intermedio como es entre el sueño y la realidad, entre lo inconsciente y lo consciente, entre la sensibilidad y la inteligencia.

Lo que sostiene, entonces, la creación de una novela humana no puede ser, respecto al fondo y la forma, la preeminencia de uno de los términos, sino una sutil y tensa dialéctica, ya que, concluida la obra, el tema y la expresión constituyen una sola e indivisible unidad.

una ética, tal vez


Cerrando: el escritor no es, para Sábato, ni un hábil prestidigitador del lenguaje ni el portador verborrágico de tal o cual bandera, mucho menos un empresario de las palabras: no le queda más que ser apenas un testigo insobornable. Creo que queda claro entonces, para quien se halla aguantado este fárrago hasta acá, que una de las cosas que el viejo propone en “El escritor y sus fantasmas” es, a fin de cuentas, un camino para alcanzar una ética del trabajo de escribir, una ética de esa praxis liberadora que es la literatura y que involucra dialécticamente al sujeto y al mundo en constante tensión. Pero no una ética que regula esa praxis colocada, abstracta, por sobre el trabajo mismo de la escritura, sino que surge, concreta y siembre inacabada, provisoria, de la propia labor del escritor, y que debe rehacerse, con temblor, con furia, cada vez que, absurdamente, éste se enfrenta a la nítida opacidad del mundo, con el lenguaje como único medio para extraer, apenas, alguna lucecita que le ayude a indagar sin tregua en la turbia condición humana. Y ante todo, alcanzar esa ética implica, necesariamente, la libertad, la independencia y la rebeldía del escritor, como única manera de colocarse al margen de la degradación de la creación artística, la literatura al nivel de simple mercancía, propaganda, o juego.
C. J.