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Omar Sisterna
"Efectos" - 2008
Oleo s/madera - 100 x 80 cm

Raymond Carver - Antología narrativa

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Narrador y poeta, Carver se ha convertido en eso que suele llamarse "referente ineludible de la literatura contemporánea". Según Wikipedia, vendría a ser algo así como el padre del "realismo sucio", pero más allá de las etiquetas críticas apresuradas, su narrativa constituye -junto a Faulkner, Hemingway, Kerouak, Pynchon y algunos otros- uno de los momentos decisivos en la literatura norteamericana del siglo pasado. Para aquellos que no lo conozcan, esta antología es una muy buena introducción a la obra del que para muchos es uno de los mejores cuentistas que ha dado los Estados Unidos en el siglo XX.



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Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.

·

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olores ajenos en el salón minúsculo
todas y todos adentro
manos lenguas bocas
todas
todos

dedos enterrándose en lugares remotos
cuerpos que se adhieren
pieles, piel
algo de semen chorreando las paredes
y los brazos y las piernas
[de todas, de todos]

y tu sexo rozándome
lento
me enciendo

[abrazáme, nena]

y a pesar de nosotras
del manoseo colectivo en esa olla de sudores
caricias regaladas
vicios, excesos
una libertad que nos desborda
nuestras manos
nuestras lenguas

y vos
y yo
·

Neblina

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Alguna vez
sea tu lecho
resguardo
de invierno y mordazas,
en una,
no más que una,
de esas noches
a la deriva.
Abnegado,
persiguiendo hilos de vidrio
con que bordar
una voz,
con que surcir
la garganta,
pulverizar el aliento,
condensar
mudos pigmentos aéreos.
Un nido
donde morar
la herida
carmín y ardiente
vagando
en la neblina.

hoy

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Con suerte soy un paisaje más
un mapa delirante
como esas fotos en que alguien se tapa la cara
un nombre sin relevancia

sensible hasta que el tiempo logre
convertirme en una cáscara
y ser una región
de alguna mancha uniforme.

Los vacíos

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Los vacíos (primera parte: “Consuelo”)

El desconocido se acercó y le entregó un papel. Consuelo no entendía nada.

-¿Quién es usted? ¿Qué hace acá?

-Él me pidió que te diera esto, para que lo leas. Me lo dijo todo a mí, y yo tomé nota.

-Pero… ¿ahora? ¿No ve que estoy ocupada?

-Él quiere que lo sepas.

-No me importa, tengo que…

-Leélo, no quiero soportar a ese alcohólico otra vez. Sinceramente, a mí él no me interesa, lo que más deseo es que la gente como él se muera, pero lo veo poco probable así que espero sacármelo de encima con esto. Leélo, haceme el favor.

-Increíble… Está bien, espero que sea corto.

Consuelo le arrebató el papel con prisa. Leyó: “No puedo decirme un hombre perspicaz. Cuando advertí mi inadvertencia hacia todo eso de ella que era tanto, ya mi cuarto estaba hacinado, polvoriento más que de costumbre y doliente por la ausencia de sus rastros. La utilicé. Su sexo en principio, su capacidad artística luego, la utilicé hasta económicamente, llegué a hacerla mi punto de catarsis. Una vez gastada su solidaridad, paciencia y promiscuidad me torné desesperado por redimir mi ultraje. La había vaciado y en compensación quise entregarme entero. Mas me ignoró, y no insistí.” Y continuaba: “Me retuerce el cerebro no saber si querrá quitarme una última noche para ella. De ser así, la buscaría hasta en la más minúscula rendija del planeta, para que me vacíe de toda mi vida despierta, de toda mi existencia sonámbula en una sola noche que pueda recordar.”

-¿Eso es todo?-Consuelo preguntó al desconocido-

-Sí, espero que no me mandes con ningún recado, porque no soy celestino de nadie, y quiero terminar con este tipo de una vez.

-No tengo nada que decirle, ahora por favor váyase, estaba por…

-¡Qué panza piba! Parece que se te va a salir en cualquier momento.

-Claro, ¡estaba por parir! ¡Váyase! ¡¿Siempre tiene que imponerse él antes que los demás?!

* * *

Despertó, la habían anestesiado mal, si bien no era necesario. Continuaba en la camilla, desnuda en lo absoluto, con las piernas levantadas, abiertas y atadas a los hierros con cintos, los brazos a los costados, también amarrados, ya color violeta de hematomas. Las otras se hallaban en la misma situación. La sala de parto era un pabellón largo, sin divisiones, las camillas se enfrentaban unas con otras. Consuelo observaba su entorno y le parecía estar rodeada de espejos que reflejaban cada humillante ángulo de su vulnerabilidad. Aquellos eran altares de sacrificio, con mujeres desnudas, estaqueadas, con panzas contrayéndose, suplicando respirar. La parturienta que no gritaba de dolor y desesperación, cerraba la garganta por miedo a las nalgadas, se limitaba a llorar en chilliditos. Los médicos pasaban indiferentes, inspeccionando de reojo. Las parteras mandaban allí, gozaban el apogeo de su crueldad.

-¡Si no se callan se las van a arreglar solas! ¡Nosotras sabemos bien cuándo van a tener! ¡Todavía les falta!

-Ah, pero bien que les gustó coger… ¿les gustó? ¡Ahora se la aguantan! ¡¿Por qué no gritaron antes?! ¡¿Quién les mandó a abrir las piernas?!

-¡Por putas les pasa! ¡Por putas!

La panza de Consuelo punzaba y punzaba. El dolor aumentaba, más seguido, más rápido, más prolongado. Miró a la muchachita de al lado rogando atención, y a una partera acercándosele:

-¿Y ahora qué te pasa a vos? ¿No ves que parecés una loca?

-¡Por favor, me duele mucho! ¡No aguanto más!

-Lo hubieras pensado antes, pendeja.

-Me voy a morir… me voy a morir…

-A ver, te reviso así dejás de joder.

La cincuentona mujer, en una maniobra brusca, le introdujo los dedos índice y anular profundamente en la vagina, provocando un aterrador grito en la muchachita. Por las monstruosas gesticulaciones, tanto en su rostro casi infantil como en lo que podía, por estar atado, su menudo cuerpecito, parecía que el sudor y las lágrimas le carcomían la carne.

-¡No, no, no! ¡Por favor, despacio!

-Hace veinticinco años que trabajo de esto, ¡yo sé lo que hago!

-¡Aaaaayyyy! ¡Aaaaah!

-¡Tenés seis de dilatación! ¡Dejate de joder! ¡Gritás como si tuvieras nueve!

Consuelo comenzó sentir que la panza se le desgarraba. Ya no observó más nada, si bien ahora escuchaba algunos llantos de bebés y plegarias inútiles entre tanta inhumanidad.

-Te lo ruego… mostrámelo, quiero verlo…

-Ya te lo van a traer después. ¡No molestes! ¡Te estoy cosiendo!

-Dejame ver a mi bebé…

-¡Basta! ¡Dejá de llorar! Si nadie te lo va a robar, que lo veas ahora o más tarde es lo mismo.

Consuelo ya no pudo mantener el ejercicio de respiración, el cuerpo se le iba a abrir al medio, y le brotaba de la nada una fuerza incontenible, induciéndola a pujar. Desató la garganta a las súplicas.

-¡Voy a tener! ¡Va a nacer! ¡Ayuda!

La misma partera que asistió a la muchachita de al lado se le aproximó, mientras masticaba una empanada, para regañarla, contradecirla y escupirle restos de carne.

-Terminala, estamos cenando. Estoy acá desde la una de la tarde, son las once de la noche y quiero comer tranquila.

-¡Pero va a nacer! ¡Quiero pujar!

-¡Aguantate! Vos estás de siete meses, nena. Rompiste bolsa pero no puede ser que nazca tan rápido, no hace ni media hora que estás acá.

-¡Quiere nacer! ¡Por dios se lo pido! ¡Ya no puedo!

-¡No pujes! ¡Cruzate de piernas y aguantá! Ah, no… cierto que estás atada. Bueno, tratá de no hacer fuerza. ¡Dejá de pujar te dije!

-¡Por favor…! Quiere nacer…

-¡Bah! ¡Hacé lo que quieras! No sé para qué me gasto en explicárles…

-Quiere nacer…

La partera se fue. ¿Qué sentido tenía comunicar que lo único que Consuelo necesitaba era una mano que tomara la suya o acariciara su cabeza? Resistió bastante pese a estar en ayunas, pero gastó toda la energía cósmica de su deseo de parir y de la vida implorándole en el vientre, pujo tras pujo. No salía. Y se desvaneció en el desamparo.

Cuando despertó, aún permanecía en el mismo lugar, pero el peso de su barriga había desaparecido. Extrañamente no se sentía aliviada. Ya no percibía la denigración que implicaba la desnudez forzada. Otra partera, no la última que recordaba, le higienizaba los genitales.

-¿Y mi bebé?

No le respondió, ni siquiera la miró.

-¿Mi bebé? ¿Dónde está mi bebé?

-No pudo nacer, nena.

-¿Cómo? ¿No nació? Pero… no tengo panza, no le entiendo. ¿Cómo que no nació?

-Eso pasa cuando son primerizas. No saben nada, no saben parir, y la criatura no sale. Encima te desmayaste, ¿sos media debilucha vos, no? Así, ¿cómo iba a nacer?

-¿Qué? ¡¿Qué?! ¡¿Dónde está mi bebé?!

-Pará, pará, no grités. Te estoy diciendo lo que pasó. El pibe se asfixió. Quedó con la cabeza para afuera nomás, no pudo salir entero, se asfixió. Vos también… hubieras avisado a tiempo.

-¡¿Pero qué dice?! Si yo… No puede ser… mi bebé… mi bebé… ¡¿Dónde está mi bebé?!

-¡Ya te dije! ¿Sos sorda? ¡Se murió!

-¡Pero igual! ¿Dónde está el cuerpito? ¡Quiero verlo!

-Querida, ya te vaciámos…

-¡¡Quiero ver a mi bebé!!

-¡Que ya te vaciámos! ¿No ves que estás vacía?

-¡¿Qué hicieron con mi hijo?! ¡Tráiganmelo!

-Qué sé yo, nena… estará en la basura.

-¿Qué?

-De acá fue al tacho, ya se lo deben haber llevado.

-¡Hijas de puta! ¡Era mi hijo! ¡¡Era mi hijo!!

-No, no, con insultos no, acá nadie tiene la culpa de nada. En los hospitales públicos todas se hacen las guapas, ¡andá a hacer este escándalo a un privado! Para la próxima aprendé a tener hijos.

-¡Callate hija de puta! ¡¡Quiero a mi bebé!!

-Bue, si te vas a poner así llamo a las enfermeras para que te seden. Esto es un hospital, no un loquero.

No le sirvieron de nada a Consuelo los intentos de forcejeo con las enfermeras y con las jeringas, pues continuaba atada. El sedante hizo efecto inmediatamente.

* * *

Volvió a despertar. El llanto de un bebé la asustó. Era de madrugada. Ya no estaba atada, pero le dolían las muñecas, los brazos, los tobillos, tenía las piernas entumecidas. La fiebre quemaba; los pechos le explotaban de leche, en vano. Al menos ahora la cubría un camisón. La habían alojado en la sala de maternidad. A sus costados la custodiaban dos madres meciendo a sus hijitos recién nacidos. Durante unos minutos contempló la oscuridad del cuarto. Advirtió la soledad del pasillo. Dentro de ella, Consuelo se dijo a sí misma: “No voy a ser mi propia verduga enloqueciéndome aún más acá.”

Se levantó. Salió al pasillo. Huyó del hospital. Apenas lograba caminar, y con cada movimiento un torrente de sangre se vertía entre sus piernas, empapando el camisón blanco. Fue hasta su casa. Rompió una ventana a cascotazos para entrar. Tomó el revolver guardado en el placard; ése con el que intentó suicidarse antes de saber que estaba embarazada, y del que, por suerte, no se deshizo. Buscó papel y lápiz en una caja repleta de dibujos suyos en carbonilla. Escribió una nota y la guardó en su puño. Emprendió hacia la calle otra vez. Tenía bien en claro dónde debía ir. Uno que otro vecino se asomó ante el ruido de los cascotazos, para luego retornar sin sobresaltos a la cama. Tan sólo era Consuelo, a los tumbos, armada, chorreando sangre por el camisón.

Los vacíos (segunda parte: “La última noche de ella”)

Se sirvió el séptimo vaso de whisky. En minutos, se quedaría dormido en la mesa y luego su destino dependería de algún conocido en el bar, pues a su fastidioso acompañante lo tenía allí por otros motivos.

-¿Por qué no lo bajás con algo? Estás tomando whisky puro.

-No me jodás, ni siquiera te conozco, ni siquiera sé si sos real.

-Andate a la mierda, me voy a otra mesa.

-No, no, no, quedate conmigo. Todos se van, todos me dejan, vos aunque sea quedate un rato.

-Y…fijate vos por qué todos te dejan. Siempre soberbio, desagradecido, egoísta, pisoteando a…

-Pará, pará. Me duele mucho la cabeza…

De un trago brusco vació otra vez el vaso. Miró a su acompañante, todavía estaba ahí aunque algo borroso. Miró la botella, quedaba poco whisky, y se abrazó a ella procurando no se escapara. Así por fin decidió revelar su aflicción.

-¿Me hacés un favor? ¿Me escuchás? Escuchame…

-Te escucho. Si al fin y al cabo estoy acá para eso, para eso me trajiste, toda esta situación es una excusa, tu borrachera es una excusa, sos un farsante. Sólo de este lado te podés animar a decir lo que no le contaste a nadie por no tener pelotas. Ah, cierto, si te quedaste solo, ¿a quién se lo vas a contar? Para eso estoy yo que, real o no, me conozcas o no, no tengo muchas posibilidades de escaparme.

-Si, ya sé, tenés razón… estoy cansado, escuchame…

-Dale, con suerte esta noche te morís y ya no voy a tener que soportarte. Todos éstos son iguales.

-Tomá, acá tenés papel y lápiz, escribí lo que te voy diciendo, y dáselo a ella, para que lo sepa.

-¿Pero cómo…? Ay, borracho desequilibrado. ¿De qué manera pensás que voy a poder…?

-Shhhh, shhhh, vos escribí y escuchame…

-Bueno, dale, dale, vos manejás los hilos de todo esto. El problema es que se te olvida que de tanto abuso se cortan.

Tras acurrucarse en la mesa, bien abrazadito a su botella, comenzó.

-No puedo decirme un hombre perspicaz. Cuando advertí mi inadvertencia hacia todo eso de ella que era tanto, ya mi cuarto estaba hacinado, polvoriento más que de costumbre y doliente por la ausencia de sus rastros.

-Mirá vos qué poético el ebrio…

-¡No interrumpas! Seguí escribiendo. La utilicé. Su sexo en principio, su capacidad artística luego, la utilicé hasta económicamente, llegué a hacerla mi punto de catarsis. Una vez gastada su solidaridad, paciencia y promiscuidad me torné desesperado por redimir mi ultraje. La había vaciado y en compensación quise entregarme entero. Mas me ignoró, y no insistí.

-¿Y qué esperabas? Los demás no pueden estar a disposición de tus tiempos, a mí en este momento no me queda otra pero…

-Basta, callate, ¿no entendés?

Rompió en un llanto demoledor. Los labios le temblaban, las manos le temblaban, los ojos le temblaban. Era patética la escena de verlo intentar aquietar su cuerpo esforzando su inútil motricidad; se trataba de la miserabilidad personificada.

-¡¿No entendés?!

-Bueno, calmate. Está bien, no hablo más. Hablá vos. Yo escribo todo, calmate.

Después de unos instantes, tan sólo subsistía un sollozo. Casi se quedó dormido en su penar, pero advirtió que no había terminado de confesarse.

-Si bien no lo recuerdo con exactitud, sé que nuestro último beso fue mucho antes de que ella se fuera de mi rutina. Pero de lo que no tengo registro en lo absoluto es de mi última noche de ella. Supe que se atrevió a remediar su vacío llenándose la barriga con un crío de otro hombre. Deduzco que ya no le importo.

-¡Me irrita tu incapacidad de asumir que el tiempo pasa y las cosas cambian! Disculpá, te interrumpí de nuevo.

-Pero es que me retuerce el cerebro no saber si querrá quitarme una última noche para ella.

-¿Y eso de qué te sirve?

-De ser así, la buscaría hasta en la más minúscula rendija del planeta, para que me vacíe de toda mi vida despierta, de toda mi existencia sonámbula en una sola noche que pueda recordar.

-Mirame pibe, mirame a la cara. Los dos lo sabemos muy bien. Si la encontraras, tu falta de perspicacia ignoraría la ocasión. Simularías no verla, después la saludarías al pasar, medio sorprendido, como de casualidad, sin detener el paso, continuando tu camino, para seguir buscándola. Nada más ella puede encontrarte a vos, si es que quiere.

No pudo contrariarlo, además los párpados le pesaban por demás. Dentro de él se dijo a sí mismo: “Siempre fui el creador de mis verdugos.”

-Igual, quedate tranquilo. Acá tomé nota de todo. No sé cómo, pero se lo hago llegar.

-Gracias…gracias che…

Se durmió así, abrazadito a su botella, con los ojos hinchados y la cara pegajosa. Durmió de esos diez o quince minutos interminables, en los que caben desde cientos de horas hasta cientos de años.

* * *

Un disparo lo despertó asustado. No veía nada, todo era oscuridad. No estaban ni el bar ni el whisky ni su acompañante del que no se acordaba el rostro. Se hallaba en su cuarto, acostado en su cama, desnudo, sudoroso, ardiendo en fiebre. Sintió un chiflete gélido. El vidrio de la ventana estaba roto. El disparo había sido real. Se levantó y caminó sobre los cristales sin notar que lastimaban sus pies. El terror absorbía toda su atención. Al asomarse, vió parada en el portón de su casa a una mujer deteriorada, en camisón, empuñando un arma. Ella también lo vió, y entonces se voló la cabeza. Él salió corriendo hacia la calle. La desesperación anuló la sensación impúdica de la desnudez en plena vía pública. Una vez junto a ella, pudo reconocerla.

-Consuelo, ¿qué hiciste? Mi Consuelo, ¡Consuelo!

El camisón de Consuelo continuaba ensangrentándose por el medio de sus piernas. Allí sangraba más que en el agujero del cráneo. Dentro de su puño cerrado tenía un papel. Él se lo quitó. El papel decía: “Lo único que no me habías dejado vacío fue el vientre. Pero ahora soy sólo un hueco. Como siempre, tu entendimiento llega tarde y es inoportuno. Esta noche es mía. No la vas a olvidar. Tu egoísmo se vuelva vacío.”

Ya no hubo escape alguno.

* * *

Inmutable, parado bajo el sol, en el patio del manicomio, se muerde la lengua al no poder gritar que le brota en la ingle la sangre de su hijo y de Consuelo.

La Bukowski dorada

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Buenos aires abrió sus piernas antes mi, y al fin pude adentrarme en algunas de sus historias. Todas sus calles me condujeron a La Bukowski dorada en pleno barrio de La boca a una orilla del río.
Un verano, aburrida de mis paranoias, decidí tomar el 53 y viajar.
Aturdida por el calor y lo pensamientos me senté en la vereda de un bar. Una mujer salió a limpiar la entrada. Me sorprendió porque era una mujer hermosa pero desproporcionadamente alta. Me sonrió mientras tarareaba una canción y movía la escoba de un lado a otro. Tenía la mirada más amable que había visto hasta entonces. Le dije: -¿está abierto señora?, me respondió “si, princesa pasa y te sirvo algo”. Era una figura maternal y despampanante. Usaba el estilo Susana Giménez, hasta tenía un perro llamado Jazmín. Llevaba unos 40 años apilados sobres sus tacos, cantaba y bailaba temas de los cincuenta con gracia. Le conté que me gustaba mucho esa música porque cuando mi viejo se fue, se olvido dos discos que marcaron mi infancia: Rubber soul y un compilado de The drifters.
Charlamos, me mostró sus cuadros, le conté que quería ser escritora y me alentó hablándome de Hank. Empecé a visitarla seguido.
Yo estaba sola, no tenía muchos amigos, ella al parecer tampoco. Gloria fue mi mejor amiga. Era la travestí más codiciada de la zona porque era atractiva aunque en ese momento las otras travestís no eran competencia, estaban arruinadas por la prostitución, y las malas pagas, era el 2001 y la crisis también las jodio.
Ibamos juntas de picnic, a los parques, me regalaba libros, me aconsejaba. Fue una mamá-papá para mí. Me cuidaba mucho. Pero había algo más, ella tenía zonas enigmáticas que nunca me develo pero que intuí, era un dolor de años, lo sabía porque llevaba una expresión en la cara, detrás de la sonrisa cálida que la caracterizaba, como si algo le faltase.

Habló con mi mamá para que pueda pasar los fines de semanas en su casa, por suerte mi mama no tiene prejuicios, aceptó.
Las noches que pasé en su casa, me llevaba algo rico de postre a la cama y charlabamos hasta que me daba sueño y ella iba a la terraza a escribir. Después de varios fines de semana le pregunte si podía ver lo que escribía, me dijo que no, porque eran cartas para alguien. Me intrigo la respuesta. Empecé a espiarla, la vi llorar mientras escribia, a veces sonreia y abrazaba una foto. Un día me acerque sin darle tiempo a guardarla, ella tampoco atino a hacerlo, y la vi, era una mujer embarazada. No pregunte pero su mirada, hablo de más. Preferí el silencio, y la agarre de la mano.
Ya pasaron varios años desde la Bukowksi, crecí, empecé a ir a la facultad y dejé de visitarla. Aunque hablamos seguido, un día dejé de llamar, ella también, tenía razones para no hacerlo. Todavía la quiero tanto, ella lo sabe, donde sea q este. Le prometí volver pero no tengo valor.
Gloria murió hace varios meses.
Mi cuerpo hoy es un nudo, la extraño. Ella me enseñó a ser libre, a saber que para vivir hay que esforzarse, me hizo entender que ser mujer no es ser débil y que la luna da energía a los que bailan.
Me acuerdo cuando poníamos play a The temptations y bailábamos como locas bajo la luna, hasta que terminaba la canción y volvíamos a empezar.


Hoy voy a volver.


Tomé el 53 como antes pero ya no es verano. El bar sigue igual, las misma caras, un par de años más viejas, también hay algunos nuevo talentos…los personajes que siempre me sorprendieron ahí están, parados, sosteniendo la escenografía viva de mis recuerdos: el tanguero que no canta ni baila pero que si consume coca sigue ahí con su sonrisa a lo Gardel. La travestí, que se travistió después de la crisis de los noventa, cuando la echaron del banco, cuando por fin se sintió libre y sin un peso, allá por entonces fue a las calles a cobrar lo más caro posible, primero como chongo y después como Sofi. Miranda, el mate, marcos, Juan en el piano, la bandeja, la foto de Sabina autografiada. A simple vista: todo normal, pero no es Gloria la que sale a recibirme con Jazmín correteándole entre las piernas, es su hija.
Gloria la busco tanto tiempo… pero fue Marina quien la encontró. No se llegaron a conocer. Le conté todo lo que sabia de su papá, hasta lo que no sabía también.
Las cartas eran hojas mudas para mi, pero sabia muy bien donde eran guardadas. Las buscamos y si, eran cientos de cartas escritas para Marina. Ella era el pedazo faltante detrás de la sonrisa de Gloria, la respuesta a esas cartas, a aquellas lagrimas.

La madre de la chica se la había llevado donde nadie pudiera decirle la verdad sobre su papá: la rubia platinada y sofisticada, artista, dueña de un bar de locas, putos, putas y trabas. El lugar más calido que conocí, ubicado en una esquina donde el reflejo del sol en el río pintaba de dorado la fachada y coronaba así a la gran Bukoswki dorada y a su timonera, la bella Gloria… Siempre Gloria.

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Enero te asoma.
Y a propósito,
¿sabías que pinto
con los dedos de los pies?
Tus resplandores
son como mis dibujos de agua
en el cemento estival.
Lástima
que duran tan poco.

Viejas desavenencias

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adherido a la ausencia,

mezclado a la ceniza

o. g.



a dónde tu suavidad?

qué rincón? cuál rajadura?


otra vez sucederá

quién

jamás a destiempo

en mi respiración

ha de impedir el hueco áspero.


amnesié

en el blando trepidar de mi sangre

transhumé alguna vez

sequedad de erguidos ojos.


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y
si
en cada espejo yace
otro espejo
adormecido, inalterable, imposible
entonces
vos?

C.J. Franco


¿Qué es lo que tenemos en la boca
qué miedo qué amnesia qué pudor
que se nos van los ojos
que se despoja en las manos?

Aunque me cueste la vida
nunca mis alas rotas.

N.T.

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a veces
me digo

“tu escribir
no es más
que una serie
de tretas
que fluyen
hacia abajo”

hoy
ya cansado
fastidiado incluso
me respondí

“yo sólo quería
emular
una cascada,
¿acaso
de tus dedos
sí sale agua?”

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Omar Sisterna
"Vómito" - 2010
Xilografía

te quiero acá y ahora

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Y si no me sale escribir, es porque te tengo en la cabeza. Debería mudarte de ahí y esconderte entre mis costillas... o quizás un poquito más abajo. Te quiero acá y ahora. Pero no me traigas sólo amor. Te quiero a vos. Traeme tu yo que más ganas tengas de regalarme. Traeme todos tus yos y juguemos con los míos. La cama es grande. No te preocupes, entramos todos.

Analogía (entre lo coartado y el futuro fin de los días)

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Qué útil nos sería este fresco.
Este maduro atardecer incoloro.
Esta noche apaciguada de tanto azote.

Cómo aprovecharíamos las maravillas climáticas si…

Qué inútil se nos hace este silencio
muerto pronto en un poema.

Construcción

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No quiero competir a ver

quién es la perra real,

ni que el premio sea dolor.

Para sentirme sola estar sola

y no en tu casa,

no tu uña en mi garganta,

ni ladridos a los cielos.

Alguna vez agarrarte la mano y andar,

alguna vez comunicación es piel

y va a ser mi tiempo, tu tiempo.

Ahí si, piernas abiertas

y no arañas que nos tejan la carne.

Una noche caen iglesias

mientras nosotras nos abrazamos.

Una configuracion discursiva del Desierto

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¨ Entonces aquí termina mi viaje, aquí donde termina mi país y donde termina mi desierto, aquí en Arica, en este puerto ubicado en la punta más septentorial de Chile¨

Memorias del desierto, Ariel Dorfman, 2004.


Un afán por hacer hablar a una tierra desértica comienza a producir un gran despliegue discursivo lleno de recursos literarios e imágenes poéticas que están llenas de palabras y significantes profundos y sinceros en la pampa chilena. Dónde la simple ilustración de un mapa nos ubica en la posición geogràfica del desierto de Arica, en el extremo norte de Chile; es el Desierto un escenario de los inicios de una identidad no solo chilena, si no también de un alcance mayor, mas universal porque él guarda los orígenes y la vida misma. El silencio del Desierto es su propio síndrome, dice:

¨Es como una mujer-había dicho Miguel-. Seduce, atrae… Cuando lo vez por primera vez, el desierto ofrece muchas tentaciones y luego te las va negando lentamente, repite la misma oferta, cada día te da otra vez más, casi con desesperación, lo que ya te ha dado ayer. Siempre igual en su monotonía. Y uno empieza a darse cuenta de que realmente jamás se te entregará.¨[1]


Es la trampa, es el vicio. Pero también es el espacio de lo vivo, de la ciencia y de la astronomía por las reflexiones sobre el origen que instaura este aspecto del Desierto chileno. Es el escenario y del fin de un relato de viaje que Dorfman inicia como un regreso a un pasado que se perdió. Es un flujo discursivo sobre una tierra que parece reflexionar sobre una identidad propia de América Latina; el Desierto habla en la literatura y nos alumbra con esta lectura que retoma algunos tópicos pasados de nuestra historia, cuando los límites fronterizos todavía no estaban muy bien definidos y no había una cultural oficial propia y bien consolidada.

Con el mismo carácter de exiliado que ilustro a muchos personajes de nuestra cultura, Ariel Dorfman confiesa:

¨ Como yo, se enamoró de un país que en el que no había nacido, y debió marcharse contra su voluntad después del golpe.¨[2]

El exiliado ha sido separado de su espacio dador de identidad, ese espacio que es considerado como propio. Es curioso que la identidad que parece, de algún modo, consolidada se corrompa con la misma acción del Desierto: una hibridación de relatos que despliegan una cultura pluralizada, que esta sostenida por el cruce de culturas limítrofes con las zonas de contacto. Entonces, el Desierto se vuelve plural, se habla a si mismo y nosotros, como lectores, estamos en ese espectáculo que es un abrir secreto que no deja de coagular, para instaurar la reflexión sobre si verdaderamente somos portadores de la identidad oficial que nos instauraron los antepasados de nuestra cultura; pero el Desierto de Antofagasta pide a gritos ser escuchado; él es el verdadero portador de la identidad, porque es el que le ha dado origen al todo lo que se le ubica alrededor, lo ha visto casi todo.

La marca de la discursividad se ubica en la carretera de Antofagasta; allí hay una mano gigante, erguida y perpetua desde los orígenes cósmicos hasta los orígenes políticos de la dictadura chilena. Dice:

Nuestra respuesta al desierto, esa mano.
Lo que nos hace humanos. Que no podemos aceptar el vacío, la nada. Que todos queremos dejar algo, una huella, un rastro, pero no por accidente y no en el barro, no sólo el resbalón casual de un pie de camino a otra parte, sino, deliberadamente, a veces incluso con brutalidad, adueñándonos de lo que encontramos.¨
[3]




[1] Memorias del desierto, Ariel Dorfman, Bs. As., Del nuevo extremo, 2006. Pág. 67.
[2] Pág. 67
[3] Pág. 90.

La caída de la Letra del inescribible

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¿hace ruido

el caer

de la letra escrita

en el verso

que nadie lee?





aquí difiere

el hombre

del árbol







2 x 1 Verano y Foto Familiar

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Verano

A pesar del calor
voy a chuparte todo

tus partes saladas me van a dar sed
y no te va a quedar otra

que cederme un poco de tu agua

porque sos un oasis en mi heladera,
una birra fría para aguantar el verano de buenos aires

sos amigo de las chicharras y de los ventiladores de techo
un pez en el agua de mi vereda
agua que antes fue río enlatado en el patio de mi vecino

Sos la imagen y la brisa fresca que necesitaba
Entre los mosquitos y el asfalto caliente
Tu torso desnudo es una montaña
Agarrame de la piernas
Ayudame a subir
Voy por aire fresco y
algo más…

y después de todo
a seguir calientes
porque todavía
le quedan meses al verano.


Foto familiar

A través de las visitas, la mujer iba mostrando al extraño sus partes más sensibles, él armaba la figura de ella, todos los días al llegar a su casa, la completaba en el recuerdo de lo vivido.
El trabajaba en la construcción de una casa vecina a la de ella, con la plata que ganaba mantenía sus vicios, a su esposa e hijo. Pero la vecina, lo excitaba demasiado, tanto que era casi imposible rearmar algunos rostros como los de su familia en el retrato de su vida diaria. Esto no era un engaño, sólo un juego indecible.
Pronto seria un engaño. Tenia que pasar.
Al pensar en eso, sacó su miembro del pantalón, puso un preservativo azul sobre su pene y comenzó la acción. La mujer gemía con gritos estruendosos, él por un momento tuvo miedo. Ella despertaría a su pequeño hijo si él estuviera ahí, poco a poco la cara del nene tomaba forma, un ojo, rojo, la boca, ella gemía, otro ojo, seguro lo despertaría. La cara casi está completa, el hombre termina el acto en un orgasmo tembloroso y mudo.

El coito estaba consumado y su hijo volvía completo en una imagen. Luego del sexo qué sentido tendría esta aparición o esta foto de su familia que se reamaba con cada prenda que volvía a cubrirle el cuerpo.